Botiquín, testigo mudo

 

 

Donde el tiempo y la eternidad irrumpirán para ocupar tu cuerpo y otros cuerpos,

el tiempo del después donde cantan las horas.

Donde cantan lo que fue y será en la voz de la mudez.

Como lo vislumbra la poeta santiagueña, Eugenia Páez, el tiempo y la eternidad irrumpen sin pedir permiso en la materialidad cotidiana para transformarla y, a su vez, para dejar huellas.

¿Puede una sinécdoque condensar el paso del tiempo detenido en una imagen? Sí, claro. Solo hace falta un botiquín gastado en primer plano sobre un fondo celeste y una cruz carmesí en el centro que parece desprenderse del objeto para aproximarse al interlocutor a quien interpela en toda su rojez. Esa estrategia retórica es  suficiente para configurar el tropo retórico y su contundencia.

Sabemos que la sinécdoque es una figura literaria que consiste en la designación de una cosa con el nombre de otra. Es tomar una parte por el todo, de modo parecido a como lo hace la metonimia. Y eso es posible gracias a la figuración austera del artista Ernesto Pereyra cuya obra inanimada revive con la mera exposición de un objeto detenido en el tiempo. El silencio tiene mucho para contar y, aunque parezca paradójico, ese botiquín en primer plano -que pudo haber sido blanco pero que ya no lo es- parece atestiguar innumerables aperturas y cierres signados por la urgencia. Porque se sabe -o se presume- que un botiquín solo se abre en caso de emergencias o para curar lo que sangra.

En sentido figurado o literal, este objeto lleva consigo las marcas de una trayectoria donde  la salud, la enfermedad, la cura o el alivio le otorgan sentido. Por eso, a pesar de su mudez, ha sido y es un observador de momentos humanos donde la vida y la muerte se juegan en cuestión de minutos. Pero cuando el botiquín de primeros auxilios, a pesar de su apariencia real, no lo es; entonces la metáfora adquiere nuevos sentidos.

Hospital de Lezama. Itinerarios, luchas y salud pública desde la periferia (Akadia, 2022), es el libro que yo escribí tras una investigación de un año en ese centro de salud ubicado en la ciudad cabecera del partido homónimo, ubicada en el kilómetro 157 al costado de la autovía 2. El arte de tapa es una obra original del artista Ernesto Pereyra (CABA, 1979), para quien “pintar es un acto que comprende múltiples cuestiones que hacen al trabajo, a un oficio, a la comunicación y a un aporte a nuestra historia de las artes visuales”. En este sentido, su afirmación es congruente con su implicancia social; por eso no sorprende su generosidad  cuando decidió donar su pintura al Hospital “Francisco Quijano” de Lezama.

Gracias Ernesto por tu altruismo. Que desde la tapa de mi libro reciba a los lectores la austeridad de un botiquín añejo esperando ser abierto, implica una invitación metafórica por partida doble. Y esto es así porque, al abrir el libro, también parece abrirse el botiquín de primeros auxilios para que todos esos relatos de las personas que pasaron por ese hospital de baja complejidad ubicado por fuera de los centros urbanos, cobren vida con cada acto de lectura.