Por Macarena Perusset, directora de la Tecnicatura en Responsabilidad y Gestión Social de la Universidad Siglo 21.


A esta altura, la mayoría de nosotros está al tanto de la gravedad de la pandemia que azota nuestro planeta. Conocimos el caso del jugador de básquet de Utah que se burlaba del coronavirus en una conferencia de prensa, antes de tocar todos los micrófonos y, dos días después, dar positivo. A su vez, nos enterábamos del pasajero de un barco portador del virus que puso en riesgo a más de 400 personas por no respetar el aislamiento. Y eso es solo para citar algunos ejemplos. En países como China, Italia y España continuamos viendo que el peligro de la transmisión social es real. Sin embargo, existen varios miles de personas que fueron detenidas por no cumplir la medida. Así, podemos preguntarnos, ¿Por qué algunas personas continúan presentando estos comportamientos poco responsables? ¿Ignorancia? ¿Demasiada confianza? ¿Será que minimizan los síntomas y los riesgos de infección?

No sabemos realmente cuál es la razón, pero una vez que entendemos lo que está en juego y cómo nuestras decisiones impactan en ello, se vuelve necesario resaltar y apelar a la responsabilidad social colectiva. Teóricamente, esto se basa en el cuidado y la preocupación por los demás, anclada en valores que priorizan los intereses y el bienestar del grupo (sea una organización o grupo social) por encima de nuestras propias necesidades y deseos. Entendiendo el cuidado no solo como una orientación moral, sino como la base para el logro político de una buena sociedad. De esta manera, es preciso entender la ciudadanía más allá de su dimensión política: es decir, en términos de responsabilidad social, donde la ética del cuidado nos sirve como punto de partida para repensar las prioridades generales y para revisar la naturaleza de nuestras relaciones en escenarios sociales como el que estamos atravesando.

Entonces, se trata de hacer lo correcto: Quedarnos en casa. Y esto no tiene que ver con solidaridad, sino con los valores que compartimos. La responsabilidad social no es una materia teórica, hipotética o imaginaria, se aprende ejerciéndola y esa práctica debe traducirse en “ponerse en los zapatos del otro”. Es momento de dar una respuesta de la ciudadanía unida. Tenemos que entender que en esta pandemia todas y todos tenemos un papel que cumplir.

Este tipo de responsabilidad y en este momento, de características sin precedentes, es crítica. Necesitamos desacelerar: es posible que tengamos que cambiar hábitos y costumbres, que transformemos la vida que llevábamos hasta hoy para que podamos mitigar lo que está sucediendo. Así, podemos entender a la pandemia como una oportunidad para experimentar la responsabilidad social colectiva donde del cuidado de uno depende el cuidado de los demás.

Dada la escala y la urgencia de la situación, necesitamos unirnos para crear rápidamente soluciones en conjunto y compartir las mejores prácticas. Depende de nosotros hacer lo mejor: para nuestra comunidad y para la sociedad en general. Cada uno puede, además, ser una influencia positiva. La imagen que tenemos de nosotros mismos y la imagen que los demás se hacen de nosotros pueden actuar como fuertes motivadores para cambiar comportamientos poco responsables, lo que nos permitirá crecer y afrontar el “después” desde otra perspectiva, entendiendo la responsabilidad social como algo necesario e imprescindible que debe apoyar la continuidad de los seres humanos.