por Verónica Meo Laos
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La muestra «Mirada Prospectiva»de Yuyo Noé en el Museo Nacional de Bellas Artes desestabiliza. Es tan fuerte el impacto que provoca en el público, que su belleza desaturada de grises es prácticamente intolerable, golpea directo en el pecho como los tonos graves.
De acuerdo con el relato curatorial, la exposición analiza los aspectos clave de la obra de Noé a partir de los cuales desarrolló su estética del caos, donde el pasado hace eco en el presente y se proyecta hacia el futuro. Por eso lo de prospectivo apunta a romper el orden cronológico tradicional, es decir, retrospectivo para plantear tres pautas de interpretación que, según su curadora Cecilia Ivanchevich, pueden rastrearse en la estética del caos noeiana a lo largo de toda su producción artística (1957- 2017): la conciencia histórica, la visión fragmentada y la línea vital. Tres constantes que se condensan en la instalación Entreveros (2017) que invitan a paseante a penetrar en la obra y vivenciar el vértigo del caos.
No obstante, esta nota no se ocupa de hacer una reseña crítica de “Mirada Prospectiva” sino de exponer de qué manera un grupo de artistas bajo la dirección de Nuria Vadell,intérprete escénica, coreógrafa y docente, reinterpretan la obra de Noé a partir de la consigna espacio/tiempo y la percepción que en cada uno de ellos provoca una obra en particular, de la que cada uno se apropió para reelaborar desde la percepción primero, y la performance, después el sentido. Una suerte de metalenguaje en torno a la estética del artista argentino.
La consigna planteaba elegir una obra, preguntarse qué podría pasar allí y que no podría suceder desde una perspectiva que pusiera foco en la transformación. Quien esto escribe eligió “Hoy el ser humano” donde la silueta de un cristo crucificado hecho de un espejo hecho trizas, inscripto en el centro de un soporte que estalla en colores rojos, anaranjados y amarillos que se amalgaman en un continuum de imágenes de violencia extrema y horror humanos. “Hoy el ser humano” no es una imagen feliz sino, más bien abrumadora.
Entre los numerosos fragmentos que rodean a la crucifixión, esta cronista se detuvo en dos de ellas: primero, en las siluetas verdugos negros que congelan el instante de un degüello colectivo y, segundo, en el cuadro de Goya, “El 3 de mayo en Madrid” que plasma la lucha del pueblo español contra la dominación francesa al inicio de la Guerra de la Independencia española. Esa imagen minúscula que se pierde entre los numeros fragmentos atroces es una muestra cabal de lo que Susan Sontag sostiene sobre el pintor aragonés, aquéllo de que las imágenes llevan al espectador cerca del horror porque con él entra en el arte un nuevo criterio de respuesta ante el sufrimiento. Es que en Goya la relación de las crueldades bélicas está forjada como un asalto a la sensibilidad de los espectadores.
De qué manera cada uno de los bailarines tradujo en movimientos la sensación abrumadora que provoca en el público la muestra de Yuyo Noé fue el desafío que interpretaron al aire libre, frente al Museo Nacional de Bellas Artes, María Laura Canciani, Nicolás Ruarte, Emma López, Victoria Cozzarín, Melanie Bloeck y quien esto escribe, bajo la dirección de Nuria Vadell.
La trasposición de lenguajes artísticos permitió a los intérpretes reflejar la atmósfera de belleza agobiante que rodea la obra de Noé, y en sus propias palabras, enfocarse en hacer pie en medio de un paisaje urbano donde el vértigo de los vehículos que circulaban por Av. Libertador contrastaban con el verde del parque frente al Museo Nacional de Bellas Artes y el sonido de las aves.
Una jornada donde el arte se nutrió de arte.