por Verónica Meo Laos
veronica.meolaos@gmail.com
Walkyria Azucena Angulo Castro nació el 4 de septiembre de 1976 en Culiacán Sinaloa. Es arquitecta de profesión, egresada de la Maestría en Arquitectura y desarrollo sustentable. En la actualidad estudia su tercer grado del doctorado en Historia Regional, todos bajo el mandato de la Institución de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Además es Supervisora de Obras y Docente de la Facultad de Arquitectura de la UAS desde 1995. Es una promotora incansable de la Defensa del Patrimonio Histórico y de la identidad funeraria, de las raíces culturales y del rescate de las tradiciones mortuorias autóctonas, por ello la arquitectura funeraria siempre ha estado en su vida. Tradicionalmente -afirma- desde que tiene uso de sus recuerdos, asistió a visitar a sus muertos, siempre acompañada de sus abuelos maternos. Por ello es que siempre estuvo familiarizada con los rituales, tradiciones y representaciones mortuorias.»Cada año, acudía a visitarlos, platicábamos anécdotas de cuando mis muertos estaban vivos, comíamos cacahuates y mandarinas, limpiar y pintar nuestra tumba anualmente, era una obligación. Estas acciones fomentaron en mí el respeto y atracción hacia estos espacios del recuerdo». Hace unos días visitó Montevideo, Uruguay, en el marco del XVIII Encuentro de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales que se realizó en aquella ciudad entre el 6 y el 10 de noviembre pasados. Allí presentó una ponencia acerca de la arquitectura Funeraria en Sinaloa, una historia diferente, o sea, desde la perspectiva de la nueva tendencia constructiva del narco.
«Podría contarte muchas cosas, algunas alegres, otras tristes y otras que me han llenado de felicidad», sostiene y es así, porque Walkyria es una mujer simpática y locuaz y, como buena embajadora de su tierra y su cultura, no le teme a los muertos, los celebra: «Con decirte que hasta he tenido pláticas con mis muertos».
Cronista: A ver, contame más.
Walkyria Angulo Castro: Te cuento que hace casi 10 años, estando embarazada de Diego mi hijo menor, fuimos a limpiar y pintar la tumba, debido a mi peso y embarazo empecé a cansarme y asolearme, como no llevaba sillas, opté por sentarme en la tumba contigua. Al hacerlo recordé que desde mi niñez, siempre fui regañada por sentarme o pisar los entierros de los demás y, más aún, por hacerlo sobre esa que en ese momento me servía de asiento. Vino a mi mente la cara de un viejito gruñón medio amargado, que con su mirada nos indicaba menosprecio por tener un monumento más bello que el nuestro. Pero ese día no me importó e ignoré esos recuerdos. No sé si sepas, que tradicionalmente en nuestra nación mexicana, existe la idea de que nuestros muertos bajan y nos visitan a partir del día 31 de octubre, primero los angelitos (en gestación, niños y recién nacidos) y luego los jóvenes, adultos y ancianos. Retomando mi historia, ese día en el cementerio municipal (el de los pobres) quedaría marcado en mi vida. Mientras Oscar mi esposo y mi suegro limpiaban nuestra tumba, yo me dispuse a jugar con Oswal mi hijo mayor quien apenas contaba con 4 años, sentada sobre la tumba y lápida vecina, inesperadamente me llega a mi costado ese viejecito gruñón que en mi infancia me causaba cierto temor. Al acercarse a donde me encontraba sentada, me miró fijamente y me pidió me quedara ahí sentada sobre la tumba. Me disculpé, él me contestó de manera tierna con una sonrisa. El se presentó con su nombre, me dijo que si de quién era hija, y a quién visitábamos en el camposanto. Conté de mi parentesco, y el alegó conocer a un tío abuelo que tenía como 40 años de fallecido. Estuvo charlando por un lapso de casi 40 a 50 min, mencionando que su mundo había cambiado, pues tenía un hijo “malo” al que mantuvo en la opulencia junto a su esposa; dándole una empresa y manutención indefinida, pero que al final le pagó de mala manera. Ese “hijo malo” lo había hecho sufrir infinitamente, pues lo había alejado de su gran amor, su esposa. Se la habían llevado lejos, a un lugar periférico al que él no podía acceder. Acaparaba toda nuestra atención con su triste y desolada plática, y cuando empezó a meterse el sol optó por despedirse. Antes de irse, palmeó a mi suegro en su espalda, le dijo, sea buen padre y pórtese bien, no vaya a salirle un hijo malo como a mí. Luego de eso, simplemente se alejó y se perdió entre las tumbas. Al estar seguro de su ausencia, mi suegro dijo haber sentido miedo y un escalofrío fulminante abrazó su cuerpo. Nos pidió retirarnos y lo hicimos casi de manera inmediata. Mi auto se encontraba estacionado a unas calles del cementerio, justo afuera de con mis abuelos, al llegar les conté del viejecito y su plática. Mi abuelo asombrado me dijo que era imposible, puesto que el señor había fallecido hacía ya varios años. Atando cabos, supe que su esposa falleció y estaba en un cementerio en las afueras de la ciudad, mientras este pobre señor estaba en el centro. Verificando luego las cartelas, vi que mi abuelo tenía razón, y este señor había muerto hacía ya varios años. Y era tanto su sufrir que el dolor no le permitía su descanso.
C: Tuviste miedo en algún momento?
W. A. C.: Mi amiga, nunca he sentido miedo por los muertos, pues ellos pienso ya están en un lugar mejor.
C: Hace unos años, cuando nos conocimos, presentaste una ponencia impactante en la Universidad Autónoma de México, Unidad Xochimilco, sobre la arquitectura funeraria de los narcotraficantes. Podrías ampliar a los lectores, ¿Por qué te interesa ese tema y qué indagaste?
W. A. C.: Con respecto a la arquitectura funeraria del narco, esto me resulta novedoso y un tanto morboso. Definitivamente jamás pensé entrometerme en estos temas, puesto que lo mío es la arquitectura patrimonial, más una cosa llevó a la otra y hoy sin pensarlo ni quererlo me encuentro inmersa. La primera vez que trabajé en un diseño funerario para este tipo de clientes, fue de manera accidental. Fui contratada vía telefónica para diseñar un monumento particular, y la referencia que obtuve de quien sería mi cliente siempre me fue negada. El interlocutor entre mi cliente y yo, fue quien siempre dio las indicaciones y necesidades del cliente, manejándose que este se encontraba fuera de la ciudad y solo podría atenderme vía telefónica. Al principio, el proyecto arquitectónico constaba de un espacio básico de tipo capilla, pero conforme las formas fueron ensambladas, siempre hubo modificaciones, cada vez más complejas y más inusuales. primero engrandecimiento de espacios, adaptación de materiales de exportación, sistemas de seguridad, y un lujo inusitado. No existió jamás ningún tipo de limite, yo podía meter y añadir lo que quisiera, su única exigencia al final del desarrollo proyectual, fue que este fuera diferente, único y demasiado ostentoso. Mi pago fue bastante generoso, más evadí la ejecución y supervisión de la obra. Estaba embarazada, y mi prioridad era la estabilidad de mi familia y la mía.
C: ¿Hoy día continuás proyectando obras de arquitectura funeraria?
W. A. C.: Por el momento que vivimos he parado mi trabajo proyectual mortuorio. Me dedico más al diseño de espacios interiores y diseño de mobiliario.Hoy en día investigo los monumentos funerarios patrimoniales en Sinaloa, su diversificación y las actitudes ante la muerte durante el Porfiriato 1876-1911, tema de tesis Doctoral.
C: ¿Te sentís cómoda con lo que hacés?
W. A. C.: Qué podría decirte, soy inmensamente feliz, hablando de cultura y patrimonio funerario; de sus rituales, actitudes y tradiciones. Promoviendo y poniendo mi granito de arena en la construcción de la historia regional, teniendo como base el defender y promover esta parte de esa memoria histórica.
Sin duda alguna, Walkyria Angulo Castro es una apasionada de lo que hace y si es que la felicidad no reside en hacer lo que uno ama sino amar lo que uno hace, esta arquitecta de Sinaloa, México, es feliz por partida doble.