Por Verónica Meo Laos
Pablo Thiago Rocca es Director del Museo Figari en Montevideo pero además es investigador, crítico de arte y poeta. Ganador del Premio nacional de literatura en ensayo de arte (MEC, 2004) y del Premio Municipal de poesía (IMM, 2008), ha publicado varios libros de ensayos y poesía, entre otros: Otro Arte en Uruguay (2009), Octavio Podestá (1ra ed. 2010, 2da ed. 2015), Arte Naïf en Uruguay (2015), El cuerpo y su sombra (1997), Los suburbios de dios (2000), Nada (2009) y La bicicleta etrusca (2014). Además publicó el disco Piedra Plana en coautoría con el músico Fernando Pareja, 2002. Participó en festivales de poesía en Asunción, Berlín, Buenos Aires, Rosario y Montevideo. Textos suyos fueron traducidos al alemán, inglés, italiano y francés. A pesar de sus múltiples actividades, en diálogo con Habitat prefirió definirse como escritor, sin embargo, a lo largo de esta entrevista quedará claro que su esencia, sin duda, es la de poeta.
Para los griegos, el poeta es un sabio cuya misión consiste en ilustrar al pueblo sobre el mundo de lo divino y de lo humano. Para Pablo Thiago Rocca, poeta, el desafío reside en decir lo indecible, bordear el enigma.
Habitat: Comunicador social, curador, periodista, docente, poeta y director del Museo Figari. ¿Con cuál de todos los perfiles te sentís más cómodo? ¿Vos cómo te definirías?
Pablo Thiago Rocca: -Bueno, ciertamente no soy comunicador social, no tengo formación para ello, y la docencia la he ejercido muy ocasionalmente. Creo que debería definirme como un escritor. Todo lo demás se ha dado por añadidura a esa actividad.
H.: Hablemos de tu trabajo en prensa. ¿Sobre qué temas escribís? ¿Qué nota recordás con más afecto o interés y por qué?
P.T.R.: -En la prensa escrita escribo sobre artes plásticas y visuales. Realizo críticas y también he escrito algunas crónicas y ensayos cuando la extensión del medio me lo permite. Los espacios de reflexión cultural en general y en temas de arte en particular son cada vez más exiguos. La prensa enfrenta una gran crisis a nivel mundial por la aparición de los medios digitales y por contextos ideológicos adversos. Pero creo que la crisis última es una crisis de sentido. Con mi aporte mínimo trato de ayudar a que no se pierda ese nicho de reflexión y de confrontación de ideas en mi país, que no escapa a la realidad de la región o que la sufre especialmente. No hay un artículo que quisiera destacar, pues lo importante en este momento es el gesto de la continuidad, una especie de empecinamiento o resistencia a la desaparición de la crítica.
H.: -Hablemos de tu obra poética. ¿Cómo la describirías? ¿Qué temas te inspiran y cuáles te impulsan a transformarlos en poesía?
P.T.R.: -No sé si puedo desdoblarme y escribir sobre lo que escribo. Intentaré. Empecé escribiendo poesía en la adolescencia, con trece o catorce años, y continúo hasta el día de hoy, que tengo 54. Por lo tanto es una de pocas prácticas cotidianas que he mantenido de forma constante a lo largo de mi vida y me definen como individuo. Escribo buscando decir lo indecible. Intento bordear el enigma. Como todo verdadero enigma nunca se logrará develar. Sin embargo, nos vemos obligados a tantear esos bordes, a prefigurar ese abismo: el tiempo, la no existencia, la extrañeza de la existencia, la fugacidad, las escalas inhumanas, la vida animal, la muerte, en fin, son todos caminos para bordear lo absoluto y nombrar lo innombrable.
H.: -Vamos a tu trabajo en la Dirección del Museo Figari, del cual estás al frente desde su fundación en 2009. En retrospectiva, ¿Cómo ves el museo desde su fundación hasta ahora? ¿Qué creés que falta aún por hacer?
P.T.R.; -Se ha hecho mucho y a la vez está todo por hacer. Pues el museo es una construcción permanente, dinámica, que negocia consigo misma el pasado, la memoria de los grupos humanos en período histórico dado. Destaco que al inicio el museo no tenía una entidad institucional definida, pues carecía de colección propia, de edificio propio, ni se había creado por ley. Todo eso fue una conquista progresiva que se hizo con la ayuda de muchos actores del campo cultural, tanto del ámbito público como del privado. Es esa naturaleza colectiva y dinámica la que le ha otorgado la solidez institucional que un museo necesita. Ahora el Museo Figari es una realidad que para las nuevas generaciones estuvo allí siempre, que posee una presencia muy importante en el sistema educativo y en el ambiente de las artes, no solo de Montevideo sino de todo el país, porque se han llevada a cabo muchas muestras itinerantes fuera de su sede. También se ha salido al exterior del país con exposiciones en dos de los museos más importantes de América del Sur, como el Museo de Arte Moderno de San Pablo (MASP) y el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina (MNBA). Destaco que es una institución pública de acceso gratuito a todas sus actividades. Por otra parte, aún hay sectores del edificio sede por habilitar y hay que potenciar esa relación con el público que es buena pero podría ser mejor, si se contara con más recursos y nuevas alianzas con el sector productivo. Son etapas que hay que profundizar.
H.: ¿Qué significa Figari para vos?
P.T.R.: -Figari es una personalidad multifacética, muy talentosa y de extraordinaria energía física que se manifiesta en varios órdenes de la realidad social. Es, por tanto, una figura fundamental para entender el Uruguay moderno; y con sus luces y sus sombras, posee elementos de ejemplaridad dignos de ser resaltados y difundidos entre diferentes estamentos y capas etarias: desde los más chicos –por el color y los temas de sus pinturas- hasta los más grandes -no olvidemos que expuso por primera vez a los 60 años de edad- pasando por los amantes de la pintura, de la filosofía y hasta de la narrativa fantástica –el museo ha publicado una serie de cuentos que no se conocían en este género (“El chillido y otros relatos”, Museo Figari, 2019)-. El pensamiento y la acción humanista de Figari en el campo de la jurisprudencia y de la política, como su iniciativa de ley agraria, su importante y decisiva oposición a la pena de muerte, la reforma educativa que promovió en la Escuela de Artes y Oficios dando lugar a la participación femenina y reivindicando la fauna y la flora autóctona, las culturas precolombinas, como ejes paradigmáticos desde los cuales articular una producción americana… en fin, creo que muchos de sus postulados adquieren hoy una vigencia asombrosa. También, desde la genialidad de su pintura que recoloca a los grupos sociales marginados o invisibilizados en el foco de la atención, su mirada del pasado prehistórico y del misterio de la consciencia humana, la revalorización de lo indígena y de lo afroamericano… todo eso hace que Figari sea una figura ideal para estudiar la relación entre lo local y lo global, entre el pasado y el presente, en suma, para entendernos y pensarnos mejor como sociedad. Su obra bordea el enigma y se lo ha llamado el primer filósofo metafísico de Uruguay. Si la cultura como sostenía Gastón Bachelard reduce la contingencia del saber, con la figura de Figari tenemos una herramienta idónea para avanzar, para socializar el conocimiento como una puerta que se abre para todos.
H.: Por último, entre tus múltliples actividades, ¿Qué estás haciendo actualmente?
P.T.R.: Estamos trabajando con el equipo del museo por los diez años, pensando varias formas de celebrar esta década. Este año también se publicará el premio Onetti que obtuve el año pasado por Los cuadernos del Dios verde y estoy trabajando en el cierre de una trilogía de poemarios que empezó con Nada (2009), La bicicleta etrusca (2014) y que pienso culminar este año con Un millón de perros. En breve saldrá una publicación sobre Raúl Javiel Cabrera (“Cabrerita”) Entre el olvido y la leyenda (así se tituló la exposición de este genial artista que acaba de culminar en el Museo Nacional de Artes Visuales) y pienso reactivar con ella, y con otros trabajos, el proyecto Arte Otro en Uruguay, un relevamiento de artistas autodidactas y al margen del canon, con el que vengo trabajando de forma intermitente desde hace trece años. Pero, en definitiva, de todo esto no sé lo que quedará, lo que lograré redondear. Una estadía reciente en Heidelberg, Alemania, me ha llevado también a producir otros textos. Lo bueno o lo terrible, según se mire, es que el enigma sigue allí, intocado. Como decía el poeta Ílhan Berk, “no puedes agotar el cielo por mucho que lo mires”.