Por Oscar Andrés De Masi

Para Viaje a las estatuas

Agosto 2017


Nos llegan versiones de que, días atrás, habría ocurrido un «robo sacrílego» en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de la avenida Independencia, en la ciudad de Buenos Aires. Se trata de uno de los monumentos históricos nacionales de data colonial más importantes del patrimonio porteño y, de seguro, el principal testimonio en pie de la arquitectura claustral de aquel período en esta ciudad.

 

Más allá del contenedor material, la Santa Casa custodia un tesoro de imaginería y de accesorios litúrgicos. Aunque la palabra «custodia» suene a eufemismo en este caso…

Al parecer, habría sido sustraído del pecho de la imagen de la Virgen Dolorosa (del conjunto del Calvario), un corazón de plata atravesado por una espada o puñal que lucía a modo de prendedor. También habrían sido hurtados vasos sagrados. Ya habría sido radicada la pertinente denuncia policial.

La Congregación de religiosas Hijas del Divino Salvador se halla actualmente bajo la figura de una «intervención» que ejerce un obispo jesuita. Nunca antes, durante el mandato de la superiora Madre Zulema Zayas, había ocurrido un hecho semejante.

Esta imagen de «bastidor» (es decir, rostro y manos) de la Dolorosa, de estampa andaluza, proviene de la iglesia de Belén, como indicó en su momento el canónigo Sanguinetti. De ella había escrito Ricardo Gutiérrez en 1947: «Existe un Calvario cuyo máximo valor reside en la Dolorosa y en el Evangelista, donde perdura la presencia de aquellos artistas hispanos que han sido los grandes maestros de la expresión… La Dolorosa (…) es humanamente divina. El autor hizo decir a las manos lo que manifestaba el rostro…».

El episodio, aunque lamentable, nos da pie para expresar algunos comentarios artísticos e iconológicos.

Ya desde antaño, la imagen de la Virgen Dolorosa adquirió un protagonismo dramático en las solemnidades del viernes santo, cuando era costumbre exponerla en las iglesias, sola o integrando la escena del Calvario, y meditando ante ella el llamado «Sermón de las siete palabras».

En el ámbito rioplatense, son escasas estas imágenes en formato «de talla» y, en cambio, abundan las «de candelero» (Ribera-Schenone, El Arte de la imaginería en el Río de la Plata, Bs.As., 1948, p.160), vestidas con ropajes negros o con túnica morada y manto azul oscuro. En el caso de la imagen de la Santa Casa, lucía últimamente una túnica aterciopelada en la gama del bordó, con filetes dorados en los bordes y también ceñida con dorado.

Su atributo es el corazón atravesado, ya sea por una espada, ya sea por siete puñales, simbolizando los llamados «siete dolores» de la Virgen María en relación con la Pasión redentora de su hijo Jesucristo. Son tales siete dolores: 1.La profecía de Simeón; 2.La huída a Egipto; 3.La pérdida del niño Jesús en Jerusalem; 4.La contemplación de la portación punitiva de la cruz en los hombros de Jesús; 5.María al pie de la cruz; 6.El descendimiento del cadáver de Jesús de la cruz (que en general, el arte ha denominado «la pietá»); 7.La soledad de María luego de la sepultura de Jesús.

Su gesto, consistente con el dramatismo de la imagen, denota congoja ante el evento fatal de la Pasión, y un rostro en trance de sufrimiento. Así la pueden ver en las imágenes de «dolorosas» de la Catedral, de La Piedad, de San Juan Bautista o de San Ignacio. Pero, a mi juicio, esta Dolorosa del Calvario de la Santa Casa ofrece el más intenso expresionismo: las cejas caídas, los párpados semicerrados, la boca entreabierta en un llanto contenido y silencioso, las manos abiertas e impotentes… Ricardo Gutiérrez había escrito: el peso del insomnio…el asombro joven ante la muerte inaudita…

Como puede apreciarse, el elemento sustraído es, preciadamente, su atributo y símbolo principal: un corazón atravesado. En este caso, era de plata (magro botín para el ladrón, si se considera el escaso precio de la plata; pero una pérdida irreparable desde el punto de vista de la integridad auténtica de la obra de arte).

De la parte superior del corazón se desprendía una flama ondulada, y en él se hendía un espadín (¿un clunaculum?) del cual podía verse, a la derecha, la empuñadura, con la guarnición y el recazo, finamente labrados, y, a la izquierda, la salida de la hoja. Con este símbolo quedaba representada la profecía de Simeón dicha a María, según el relato del evangelio de San Lucas, 2,35: «Y a ti misma, una espada te atravesará el alma». Por razones de facilidad iconográfica y de radicación específica en un órgano del cuerpo, los imagineros barrocos dieron al «alma» el aspecto de un corazón «inflamado».

Durante el rodaje del documental digital María Antonia de San José, caminante y misionera que realicé junto a Sergio Raczko hace un par de años, nos detuvimos especialmente en los detalles de esa imagen y de ese corazón «argentino» (= hecho en plata). Pueden verlo en los minutos 27:06; 27:21-26, 27:37-40 y 42:57 del timecode de la película.