Por Oscar Andrés De Masi

oademasi@gmail.com

 


Recordamos la  operación de reconstrucción de la Casa histórica  de la Independencia y la intervención del del Dr. Ricardo Levene y el arquitecto Mario J. Buschiazzo

El edificio perdido de la Casa de la Independencia

 

Pocos edificios del pasado argentino habían quedado tan grabados en la memoria popular, como la Casa de la Independencia (cariñosamente llamada, en las aulas escolares, la «Casita de la Independencia», aunque poco tenía de «casita» y, en cambio, mucho de mansión con abolengo  colonial).

 

¡Cuántas generaciones de estudiantes argentinos habían dibujado en sus cuadernos aquella inconfundible fachada, con sus complicadas columnas helicoidales, a ambos lados de la puerta!

 

Sin embargo, no siempre existio en nuestro país una agenda de valoración y preservación del Patrimonio histórico. Aunque les parezca mentira, en 1875,  la fachada de la histórica Casa de la Independencia fue sensiblemente modificada, para adecuarla al lenguaje  italianizante de la arquitectura de entonces.  Por fortuna, se preservó, en el interior, el llamado «Salón de la Jura», a modo de «reliquia» edificada o santuario cívico, según las semánticas epocales.

 

Entre 1903 y 1904, esa nueva fachada fue demolida para dar lugar a un atrio á la páge (con palmeras, y relieves de Lola Mora a ambos lados), y la casa fue totalmente modificada: el histórico Salón de la Jura quedó reducido a un pequeño edificio mutilado, cubierto por un pabellón de pretensiones palaciegas y monumentales.

 

De este modo, siguiendo una tendencia de la época en materia de arquitectura pública (que sólo atribuía valores a los lenguajes academicistas de cuño francés), la Argentina perdía, materialmente, uno de sus edificios históricos más entrañables y más presentes en el imaginario colectivo.

 

Puede decirse que avanzados los primeros años del siglo XX, los visitantes que llegaban a San Miguel de Tucumán añoraban aquella vieja y pintoresca fachada tardo-barroca (que habían visto en láminas escolares), adornada con las columnas salomónicas que le daban identidad.

 

La recuperación de la Casa de la Independencia era, pues, un anhelo de la sociedad argentina y un tema pendiente en la agenda cultural gubernamental.

 

El historiador Dr.Ricardo Levene, fundador, en 1938, de la Comisión Nacional de Monumentos Históricos, concibió y promovió la idea audaz de reconstruir la Casa de la Independencia: una operación compleja y costosa, que debía financiarse con fondos del presupuesto estatal. Una experiencia anterior, muy exitosa, era el mejor antecedente: la reconstrucción del deformado Cabildo de Buenos Aires, concluida en 1940.

 

En cuanto a la Casa de la Independencia, el problema era aún mayor, porque nada quedaba en pie del edificio original que ¡había sido demolido!

Con esa voluntad patriótica de Levene, con el apoyo del gobierno nacional y del pueblo tucumano, con los planos disponibles y con el registro iconográfico que proveía una foto tomada en 1869 por don Angel Paganelli, se encaró la decisión de reconstruir la cuna de nuestra Independencia. Sólo faltaba identificar al hombre que llevaría adelante el proyecto. Y ese hombre era un vecino de Adrogué llamado Mario J. Buschiazzo. El mismo profesional que había proyectado, por pedido de Levene, la recuperación del Cabildo de Buenos Aires.

 

 

La operación de reconstrucción

 

Como hemos señalado, su experiencia anterior en materia de restauración de monumentos había sido del todo exitosa, al encarar una operación simbólica y material en el Cabildo de Buenos Aires.

 

La restauración-reconstructiva (que incluyó hasta la devolución de la histórica campana, que se hallaba en una de las torres de San Ignacio) concluyó en 1940. Ello favoreció un clima de opinión muy proclive a la recuperación de la Casa de la Independencia, de cuya impronta tradicional, nada quedaba a la vista.

 

Pero, a diferencia del Cabildo de Buenos Aires (con excepción de la reconstrucción de su torre, que había desaparecido) , en el caso de Tucumán el problema presentaba complejidades y desafíos adicionales, debido a la completa demolición de las partes principales del edificio preexistente. Sin embargo, Buschiazzo no se arredró y, junto con su equipo de colaboradores, pudo ubicar diversos registros documentales para someter su proyecto a un protocolo de intervención científico-histórica.

 

Ya que nunca pudo hallarse un plano de la fachada,  hubo que guiarse por la fotografía de Paganelli que mencionamos antes. Este aspecto del proyecto fue, casi, una hazaña científico-técnica.

 

En cuanto al elemento anímico que pudo impulsar la reconstrucción de la Casa y su recuperación tangible para el imaginario patriótico, el mismo Buschiazzo lo consignó en uno de sus libros, al referirse a la desaparición de la fachada histórica:

 

«Los textos escolares y las láminas difundidas por todo el país acostumbraban a mostrarnos siempre la fachada de la Casa Histórica con su portada flanqueada por columnas salomónicas, techo de tejas, rejas voladas y demás características coloniales. El desencanto que sufría el desprevenido visitante al encontrarse con un patio embaldosado precediendo a un enorme pabellón de exposición, dentro del cual se encontraba un mínimo resto de la casona, es indescriptible…»

 

Seguramente, también él habrá sentido ese desencanto, al llegar a San Miguel de Tucumán, días antes de comenzar las tareas. Pero, mayor que la desazón sería la convicción del resultado que se disponía a lograr, porque contaba con un sólido «proyecto» y el amplio apoyo de Levene y su sistema de vinculaciones políticas e historiográficas.

 

 

¿Cómo se hizo la reconstrucción?

 

Los trabajos comenzaron en julio de 1942. Cedamos nuevamente la palabra al maestro Buschiazzo, quien relata un episodio impactante, al comienzo de la obra:

 

«La documentación era tan precisa que el día que se iniciaron los trabajos de reconstrucción se convocó a los periodistas y, en su presencia, se señaló sobre el solado el sitio que presumiblemente debían ocupar los cimientos de la casa. Luego, se levantaron las baldosas y exactamente en los lugares señalados aparecieron los cimientos originales, que no habían sido tocados, como es frecuente en las demoliciones».

 

 

La cuestión de la fachada

 

Pocas fachadas de edificios históricos argentinos poseían  la nostalgia patriótica de la Casa de la Independencia. Un escolar podía ignorar los nombres de los congresales de Tucumán; pero difícilmente olvidarían esa fachada, repetida en  manuales, láminas, revista del tipo Billiken, postales, memorabilia y distintivos, y que las maestras imponían, a modo de tarea, como dibujo recurrente cada mes de julio.

 

Un capítulo de especial interés lo ofrece la reconstrucción de la fachada y su portada, que debió cumplirse siguiendo un protocolo matemático y óptico. Como señalamos, nunca, ni entonces ni después, pudo hallarse en los archivos un plano de la fachada, que contuviera una representación gráfica exacta y en perfecta escala de ella.

 

El registro más preciso del «aspecto» de la fachada, era sin duda, la fotografía que había obtenido Paganelli en diciembre de 1869. Pero, el «aspecto» no era la totalidad del problema a resolver: persistían cuestiones de escala y de proporción.

 

¿Cómo había logrado la toma Paganelli? Tratándose de una placa al colodium húmedo, debió construir una caja hermética que le iba a servir de laboratorio, para una maniobra inmediata. Montó el aparato en un carro e inició una «gira artística» por la ciudad, comenzando por la Casa de la Independencia. Quienes aparecen sentados en el cordón de la vereda en la célebre fotografía que les mostramos, no son transeúntes ocasionales, sino ¡ el propio carrero y su ayudante o su hijo ! Al parecer, Paganelli los colocó allí para «dar vida al cuadro», como se decía, pero, tal vez también procuraba una estimación de la escala de la Casa, comparada con la escala  humana, pero sin interferencias en el plano mismo de la fachada (de ahí que los «sentó» por debajo del nivel del zócalo).

 

En cualquier caso, Buschiazzo disponía de este excelente registro de época, el último antes de la demolición, y debía extraer de él las mayores ventajas. ¿Qué hizo entonces? Amplió la fotografía a gran tamaño y calculando la altura del ojo del observador, como coincidente con el objetivo de la cámara, se prolongaron todas las lineas de fuga. Obtenidos así los tres puntos principales

-horizonte, observador y fuga- se volvió la perspectiva al plano geometral.

 

Es interesante, en abono del rigor científico que pretendía Buschiazzo en su tarea, consignar que, en cuanto a aquellos  los datos que no pudieron ser comprobados ( por ejemplo, la forma del escudo por encima del portal, y la forma y tamaño de los capiteles), no fueron objeto de reconstrucción.

 

 

A modo de epílogo

 

Una «reconstrucción» supone un máximo nivel de intervención arquitectónica . Es lo opuesto a una demolición.

 

La reconstrucción exige un esfuerzo adicional de fidelidad : la búsqueda documental de registros que aseguren la certeza de la operación técnica, formal y simbólica. El edificio reconstruido no es el edificio original, pero no por ello carece de autenticidad.  Su autenticidad ya no estará anclada en la originalidad literal de los materiales (puesto que se han perdido en el momento de la demolición), sino en su capacidad de memoria histórica a partir de una imagen y de una «ritualización» de su espacio al servicio de la identidad nacional.

 

Gracias a la iniciativa lúcida, segura, ejecutiva y estratégica de aquella primera  Comisión Nacional de Monumentos, que presidía Ricardo Levene , y a su red de  vínculos institucionales, fue posible la recuperación de la Casa de la Independencia.

 

Pero Levene necesitaba a un hombre que fuera, a la vez, como Leonardo Da Vinci: hombre de ciencia, hombre de técnica…y artista. O, si lo prefieren, que su modo de conocer la realidad estuviera imbuido, no sólo de ciencia y técnica, sino, también, de un  sentido de identidad histórica argentina.

 

Y encontró en Mario J. Buschiazzo y en su equipo de la Dirección General de Arquitectura los recursos más idóneos para una tarea que, desde el inicio, se postulaba como «patriótica», porque se proponía lograr (y lo logró) la materialización y la vigencia de un recuerdo colectivo. En definitiva, en ese objetivo se cifran los alcances sociales del Patrimonio.

 

Nota

**En el año 2016, coincidencia con el Bicentenario de la Declaración de la Independencia, Grupo Habitat publicó la obra La «reinvención» de la Casa de la Independencia: usos, discursos y prácticas, 1816-2007 de Oscar A. De Masi. El texto que publicamos hoy sintetiza el nucleo principal de aquel ensayo.

 

Arq. Mario J. Buschiazzo