Por Oscar Andrés De Masi

Ya desde la imagen de la tapa y la tipografía de un título conciso y exploratorio, este libro convoca a la lectura. No es poco para un pórtico. Pero hay todavía otros atrios que atravesar, para adentrarse en el texto y en las circunstancias de la experticia salamoniana de su autor.

La primera detención es, como en los atria romanos, un momento genealógico: se trata del prólogo escrito por los hijos de René Longoni (Ana, Matías, Juan y Andrés, compiladores del volumen), que da cuenta del origen disperso, reticular y divulgativo de estos textos, y de la intención afectiva de su traslado a los tórculos, para infinito gozo de quienes seguimos apegados a la galaxia Gutemberg, o sea, al hábito inextirpable de la lectura de la palabra impresa en papel.

Sigue el testimonio del fotógrafo Alfredo Fushimi, quien accedió a la obra de Salamone por vía de la narración iconográfica primero (la imago, quizá aurática para él desde el comienzo), y que halló, después, en el discurso de Longoni un instrumento de precisión nivelador de los posibles extremos exegéticos (hoy, que abundan sospechosamente y de repente los intérpretes de Salamone).

Finalmente, el prefacio ad hoc preparado por Juan Carlos Molteni -compañero de facultad de René en los años de formación platense y colega en más de un proyecto de investigación- explica el punto de encuentro suyo con el autor, y de ambos, en clave de producción binaria, con Salamone. Y ofrece una síntesis de los temas que aborda el libro. Y, más todavía, propone, al modo de una guía, un itinerario posible de lectura, no necesariamente lineal ni exclusivamente centrado en el personaje principal.

Con esto quiero significar que, en el ensamble polifónico de los tres textos prologales, se cifra, como en las ceremonias antiguas, la ritualidad preliminar de este libro, una suerte de proteleia sin nupcias, pero que no podría pasarse por alto. A continuación viene Longoni.

 

Estamos ante un libro que, por su propio génesis, desafía el canon académico, pero  sin renunciar ni al ejercicio crítico de la buena academia (porque hay mala academia también…), ni a las reglas de una amena escritura que no desdeña los guiños coloquiales, si casus ferat.

Pretendo decir que esta obra podrá satisfacer al lector no especializado pero ávido de conocimiento (aquel ente hilemórfico a quien Aristóteles atribuía el deseo natural del saber), tanto como al especialista que aún puede aprender algo más acerca de Salamone, de sus contornos epocales y de sus epígonos. Porque, como aquel “espejo que huye” que imaginó Giovanni Papini, cuanto más se habla de Salamone en nuestros días, tanto más parece alejarse de nosotros el ser humano real, reemplazado, en las narrativas “cholulas” (advierto que existe este argentinismo) por construcciones fantasiosas que lo sitúan en el lugar de un demiurgo providencial, solitario como un águila in excelsis, único, irrepetible, iluminado y hasta diabólico. Son las ocurrencias de los seudo historiadores y de los analistas casquivanos, dispuestos a inventar una leyenda mitológica allí donde la confluencia de los procesos estéticos y las condiciones políticas epocales basta para dar una explicación suficiente.

 

Salamone se ha convertido, pues, en un commodity para los charlatanes inoperantes  de la gestión publica, para los periodistas frívolos, para los guías de turismo sin escrúpulos científicos y, en general, para todos los recién llegados al mundo del Patrimonio que intentan sacar tajada del festín monumental salamoniano.

Frente a este fenómeno, y ya desde antes, se alza la mirada rigurosa del investigador formado y serio, pero a la vez, capaz de pronunciar juicios filosos cuando la ocasión lo reclama, que es Longoni; y que nos invita a asomarnos al universo de una figura notable y poliédrica, que ha sido objeto de estudio y reflexión para él, por décadas y que lo ha movido a insuflar, como docente cabal, entusiasmos salamónicos a tantos colegas más jóvenes. Sólo por esa razón deberíamos escuchar lo que tenga para decirnos.

Las páginas de “Buscando a Salamone” no pretenden componer una Summa Salamónica al estilo de Santo Tomás de Aquino, porque la summa, en tanto compendio escolástico, contiene la totalidad de un área del saber. Más bien diría que, pasando del latín al griego, se trata de un epítome, que retiene solamente lo principal.

Así, podría afirmarse que este libro contiene unas notas sucintas como apuntes de a bordo, que identifican y sitúan no sólo a Salamone -su vida, su obra. su ascenso, su caída-, sino a su ambiente y sus vínculos políticos, a sus figuras colaterales y a su legado patrimonial. Y todo ello atraído por el vórtice del período 1936-1940, una especie de annus mirabilis de la historia bonaerense, multiplicado por cuatro.

Desde el punto de vista metodológico, es de resaltar cómo Longoni toma ventaja de los “informantes” amistosos (como solía hacerlo, mucho antes, Enrique Udaondo), esos hombres y mujeres desplegados en la vasta geografía de ciudades y pueblos donde aún queda mucho por descubrir.

Ellos son los sensores remotos del monitor salamoniano que tiene su base de análisis en Mar del Plata. Y son observadores bien sensibles a este tipo de apreciación identitaria que hunde sus raíces afectivas en la frecuentación cotidiana de los paisajes locales, urbanos y rurales. Los informantes cultivan así ese hábito que nos enseñó Panofsky, el hábito de observar e interpretar; y remiten, luego, al amigo erudito, sus hallazgos, para que la criba crítica del experto sea el dispositivo de falsación (como diría Popper) o de verificación finales.

Este modus operandi implica, sin duda, que existe generosidad intelectual de ambas partes, que nada queda oculto en el puño, porque las sinergias de una observación o una foto compartida, de un hallazgo noticiado, de una conclusión plausible socializada, beneficia a esa comunidad que forman los hombres y las mujeres que aman el estudio. He allí, también, una marca que define una ética, tanto en el modo de construir conocimiento, como en la manera de conquistar esa verdad relativa a Salamone y su obra, donde lo empírico y lo científico van progresando a la par.

“Buscando a Salamone” es, entonces, el enunciado de un programa, es la etiqueta de una travesía personal, es el rótulo de la hoja de ruta de una aventura que parece no tener fin. Porque, consistente con este titulo programático, entre los varios interrogantes que sobrevuelan las 122 páginas de este libro-bijou (por el fondo y por la forma), hay uno, persistente como una llovizna: ¿dónde está Salamone? O mejor dicho,¿Salamone está realmente detrás de todo edificio ejecutado a la maniera salamoniana? Porque el aire de familia de tantas arquitecturas de la vanguardia pampeana o cordobesa no implica forzosamente una paternidad común. Pero de pronto, como la moda es siempre un reguero irrefrenable, los neófitos en la cartografía del patrimonio edificado, descubren al son de crótalos y panderos la supuesta huella ubicua de Salamone, con la misma omnipresencia con que, por ejemplo, suele atribuirse a Charles Thays cuanto jardín exista en la arquitectura residencial de élite en la Argentina. Mientras el afán aspiracional provoca estas exageraciones, el discurso acrítico provoca otras inconsistencias.

Pero el maestro sabe distinguir para no equivocarse, y no se cuelan en su celemín las “sartas de patrañas y embustes” (Longoni dixit y dice bien) que, tratándose de Salamone, en su mayoría ya sabemos donde (o más bien en quien) tienen su origen.

Ocurre que Longoni no puede despojarse de un cierto ethos militante, porque la política ha calado sus huesos, incluso al costo de un exilio. Quizá por eso hay también  en estos artículos un manojo de justificadas denuncias morales ante los atropellos y los abandonos que vienen sufriendo tantas obras de Salamone (“ruinas y arruines” dice él…y yo agregaría que, en ambos casos, los resultados y los discursos cosméticos subsiguientes son siempre ruines…). Vale decir, una detonante combinación de inacción gubernamental y de mala praxis patrimonial.

En este punto es indispensable interrogarnos acerca de ¿para qué declaramos, oportunamente, el corpus sustancial de la producción de Salamone en el marco normativo nacional que provee la ley 12665? ¿Para qué nos tomamos el trabajo de fundamentar, redactar y tramitar el Decreto del PEN nº 1138/2014? Y utilizo la primera persona del plural (“declaramos” y “nos tomamos”), sin jactancia pero con plena deliberación y conciencia e mi rol en el asunto. Porque varios de nosotros nos tomamos muy en serio el caso Salamone.

¿Para qué concretamos aquella norma, larga como un papiro alejandrino, que llena varias fojas, firmada por la Presidenta Cristina Fernandez de Kirchner? Entre otras cosas, para lo mismo que se declara cualquier otro bien patrimonial: para sumar a la Nación en el logro de una protección integral y sostenida, que no exime en modo alguno a la Provincia y a los Municipios de esta responsabilidad concurrente, según los términos de la ley vigente.

Este propósito no ha sido logrado en plenitud hasta ahora, como Longoni bien lo sabe y lo ha señalado. Los edificios del programa salamoniano han quedado librados al interés aleatorio de las gestiones municipales en cuya jurisdicción se ubiquen. Lo cual no es poco mérito para aquellas comunas que, efectivamente, han ejecutado intervenciones concretas y correctas. En algún tiempo pasado hubo también alguna  aportación provincial, maguer su alcance acotado (el Programa Bicentenario y Obra Pública Patrimonial fue un antecedente).

Pero el “conjunto” declarado, por esa misma condición sistémica, reclama un plan integral y una coordinación de planeamientos que, con la supervisión de la Comisión Nacional de Monumentos, debería articular la Provincia de Buenos Aires, que fue, en definitiva, el sujeto histórico creador de ese programa de arquitectura oficial y es el territorio dónde se ubican mayormente estos edificios. Admitamos que, de alguna manera, ocho años después de la declaratoria, es hoy el gobierno nacional, desde el MOP, quien ha asumido la iniciativa de solventar las intervenciones a través de un plan ambicioso. Habrá que ver los resultados.

Al mismo tiempo es curioso y luce, casi, como un ejemplo de “procastinación” llevada a la agenda gubernamental, el hecho de que la Provincia haya anunciado para 2023 una “muestra itinerante” acerca de Salamone…mientras nos preguntamos si ha avanzado en la imperiosa implementación tuitiva de su propia Ley 12854, con la consiguiente identificación e inscripción de bienes.

No quisiera concluir estas reflexiones sin señalar que hay en este libro otro mérito que, aunque parezca colateral, se halla implícito en la misma construcción del corpus de saberes salamonianos que ha logrado adquirir el autor. Se trata del rescate de los ya mencionados “contornos” de Salamone, de los satélites de ese sistema orbital de la obra pública bonaerense que tuvo a Salamone como núcleo heliocéntrico. Me estoy refiriendo a los personajes epocales que pronunciaron un lenguaje estético parecido, casi igual al de Salamone, o que actuaron profesionalmente implicados en sus proyectos o en concreciones paralelas.

Emergen de tal guisa los nombres de Bocazzi, Arenas, Varangot, Migone, López Mendez, Lo Celso, Bogani, Marseillán, Calvetti, Costantini, Sempere, Sirio, Medina Allende, Bagué, Logiácomo o Chiérico.

Son, sin duda, astros de menor notoriedad en ese firmamento donde sus trayectorias  se cruzan con el fulgor deslumbrante de Salamone. Pero no por ello son de menguada valía, tanto en el campo de la arquitectura, como de la construcción o de la escultura. Y nuestro autor los salva del olvido, los rescata y los “sitúa” en un sistema de producción y ornamentación de edificios públicos cuya concepción y ejecución no podía depender de un solo ingenio o de una sola voluntad  de labor.

Un más complejo “coral salamoniano” comienza a visibilizarse, detrás del velo que viene descorriendo René Longoni desde hace muchos años, cuando Francisco Salamone era todavía el nombre de una incógnita y sus obras estaban bien lejos de ser estimadas como patrimonio argentino.

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