Oscar Andres De Masi
Del carácter monolítico del culto público durante el Virreinato, a las nuevas libertades.
En aquella sociedad porteña de finales de los tiempos hispánicos, donde el monopolio del culto público lo retenía la Iglesia Católica (solidarizada jurídicamente con el Estado en cuanto a religión) la cuestión más chocante para las incipientes minorías extranjeras no católicas-romanas se refería al problema funerario, es decir, a la privación del entierro según el propio rito.
Mientras los cementerios fueron «camposantos» (anexos a las iglesias parroquiales), quedaban vedados a los llamados «herejes”, que debían buscar algún modo aceptable de disposición de los despojos de sus deudos: los «huecos» o esquinas baldías fueron, entonces, sitios habituales, más decorosos que una simple fosa en el Bajo, junto al río. Algunos protestantes se las ingeniaban con algún subterfugio para obtener acceso a un camposanto, ya que, como anotó un cronista inglés (en la obra Cinco años en Buenos Aires 1820-1825), “era un privilegio ser enterrado en un cementerio católico”.
Este sistema monolítico comienza a agrietarse por presión de los protestantes británicos (junto a algunos norteamericanos), cuyo establecimiento en Buenos Aires se vinculaba en gran medida, desde comienzos del siglo XIX, con el comercio, con la navegación privada y con la estación naval británica. Pronto se sumarán los residentes de habla alemana, unidos por la lengua común y por la misma identidad religiosa.
Las promisorias relaciones diplomáticas y comerciales con la Corona Británica derivarían en libertades civiles para sus súbditos afincados en nuestro medio y para los otros grupos de identidad protestante. En diciembre de 1820, una asamblea celebrada por los comerciantes ingleses de Buenos Aires marcó el punto inicial de los trámites que permitirían disponer de un cementerio con identidad propia, incluso antes de la celebración del Tratado con Gran Bretaña.
Adhesión inmediata de los alemanes y apertura del cementerio en 1821
En marzo de 1821, los británicos, norteamericanos y alemanes, comenzaron a enterrar a sus difuntos en un terreno ubicado entre la iglesia del Socorro y la quinta de Maza (ocupada por Cartwright), en la manzana de las calles del Socorro (hoy Juncal), Esmeralda, Arenales y Suipacha. Era un predio angosto (16m x 68 m), dotado de una pequeña capilla, y donde los oficios se realizaban según el rito metodista, a cargo de un seglar.
¿Cómo aparecieron en escena los alemanes? La mencionada asamblea de 1820 había resuelto, a la par de la gestión del permiso gubernamental, iniciar una campaña para recaudar fondos y adquirir el terreno. La escasez de recursos obtenidos en las primeras semanas llevó al grupo promotor inicial (sólo británicos) a incluir a otros protestantes. Aparecen así los norteamericanos (presbiterianos y metodistas) y los alemanes luteranos, con donaciones de Johann Christian Zimmermann y M. Lamping. Años más tarde se sumarían W. Belerbach, W. Shipmann y M. Hölterhoff y quizá otros.
Vale la pena detenerse en Zimmermann, que había nacido alemán pero se mudó a Nueva York a los 16 años y llegó a Buenos Aires en 1815 con un cargamento de armas para los ejércitos patriotas. Fue una figura clave en el proceso de entendimiento ínter-confesional con los protestantes de habla inglesa, por su capacidad de movilización de recursos, derivada en gran medida de su doble investidura como cónsul norteamericano y, a la vez, de Hamburgo, y por su sólida instalación en el comercio de Buenos Aires, asociado a su yerno Benjamin W. Frazier.
Para la autorización del cementerio debió pedirse dictamen eclesiástico, que fue favorable, y lo produjo el del Pbro. Dr. Antonio Sáenz en febrero de 1821. El documento luce dotado de un amplio espíritu de humanismo y tolerancia civil , basado en la concepción jurídica del iunaturalismo y el ancestral ius sepulchri de los romanos. Sostenía que, siendo «laudable» el pensamiento inspirador de la petición, no existía ningún principio católico romano que se opusiera «a la inhumación decente que se debe a los cadáveres, sea cual fuere la creencia que los individuos tuvieron viviendo».
El gobierno concedió prontamente el permiso, deseoso de complacer el legítimo anhelo de los protestantes y, también, de fomentar la instalación de cementerios públicos en Buenos Aires, comenzando un proceso de secularización que procuraba asimilarse a las notas progresistas e higienistas de las potencias centrales europeas.
La compra del terreno lindero a la iglesia del Socorro (quizá fuera su viejo camposanto, antes de pasar a manos de Benito Zelada) quedó formalizada el 3 de marzo de 1821, y varios días después se realizó, con apuro, el primer entierro, sin que el terreno estuviera debidamente delineado y parquizado.
Un detalle que llamaba la atención a los porteños de entonces fue la costumbre de cavar en aquel cementerio sepulturas muy profundas, al contrario de la práctica local.
El enterratorio estaba rodeado, en parte, de un muro sobre la calle del Socorro, donde había un portón de entrada. Tuvo efímera existencia y relativamente pocas inhumaciones, en razón de su limitada capacidad. Algunas de ellas fueron muy impactantes por su pompa fúnebre, como la del ministro plenipotenciario norteamericano Cesar Augusto Rodney, la del oficial naval Francis Drummond, o la de Eliza Brown (hija del célebre almirante).
Por la parte alemana, aunque hubo menos entierros porque la colectividad no era aún numerosa, fueron imponentes las exequias de Helene Halbalch, esposa del mencionado Johann. C. Zimmermann, y hermana del hacendado y cónsul Franz Halbach (el primer estanciero que alambró el perímetro completo de una estancia en la campaña bonaerense), realizada el 28 de marzo de 1824. También habrá sido muy concurrido el funeral del comerciante y dirigente comunitario Friedrich Schmaling.
El cierre del cementerio. Balance de su importancia.
El cementerio fue cerrado en diciembre de 1833 (cuando los protestantes de Buenos Aires ya disponían de otro terreno al oeste del centro) y en los años subsiguientes su estado se volvió ruinoso: como muy pocas familias habían trasladado sus monumentos al nuevo enterratorio, los pastizales invadían las lápidas. Y el derrumbe de una de sus tapias favorecía el ingreso de saqueadores de mármoles. Recién en 1884 se procedió al traslado de sepulturas, restos, lápidas y monumentos al nuevo enterratorio.
El pequeño cementerio de la calle Juncal fue el primer esfuerzo y el primer logro en favor de la diversidad de cultos y del decorum funerario de los protestantes asentados en Buenos Aires, obtenido por ellos mismos en su condición de minoría extranjera. Luego siguió el cementerio de la calle Victoria, en 1833 y, finalmente, en 1892, la instalación del Cementerio de Disidentes en la Chacarita, y su desdoblamiento desde 1915 en los actuales Deutscher Friedhof-Cementerio Alemán y British Cemetery.-Cementerio Británico Se trata de la singular continuidad, ahora bicentenaria, de una iniciativa privada al servicio de dos comunidades radicadas en la Argentina desde los albores de nuestra independencia y hoy asimiladas plenamente al país.