por Verónica Meo Laos

veronica.meolaos@gmail.com

 


Voces de cuatro mujeres latinoamericanas

 

El 8 de marzo, en conmemoración del Día Internacional de la Mujer, las mujeres tomaron las calles. Durante la marcha multitudinaria que se realizó en la ciudad de México, Amaranta Martentes tomó una fotografía en la que se ve a una mujer joven con el torso desnudo posando frente a un graffiti que proclama la muerte del Estado. Tanto el cuerpo femenino pintado de rojo como el el texto anónimo nos interpelan. A partir esa imagen y gracias a las redes virtuales que pueden tejerse más allá de las distancias, Habitat, invitó a cuatro mujeres – trenes – imparables: que, desde sus lugares en diferentes ciudades de América Latina (la autora de la imagen, Amaranta Marentes y Xolotl Orozco de la ciudad de México, Meliza Hernández Mondragón de Bugalagrande, Valle de Cauca, Colombia y Natalia Casola de Buenos Aires para que expresaran con total libertad qué les inspiró la fotografía. El resultado: cuatro voces que, en exclusiva y desde contextos diversos, coinciden en asumir que aún queda mucho por delante para que las mujeres  latinoamericanas podamos obtener paridad de derechos, libertades y, particularmente, preservar nuestras vidas.

Foto: Amaranta Marentes

  1. La ola roja

Amaranta Marentes, Ciudad de México

Periodista de formación y fotógrafa de movimientos sociales de vocación, estudió en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)  plantel Xochimilco. Formó parte del medio libre “Agencia Autónoma de Comunicación Subversiones” y de la revista digital Política de Mente, en ambos casos se desempeñó como redactora, fotógrafa y videasta. Entre 2017 a 2019 fue  camarógrafa y editora del medio internacional RT en español.

Actualmente ejerce su profesión de forma independiente.

 

 

En México son asesinadas 10 mujeres al día, amanecemos rodeadas de carteles de búsqueda, miradas angustiantes de madres y padres que con incansable demanda reclaman a sus hijas, inmersos en una oleada roja por todas las que ya no están.

 

Vivir en este suelo donde el machismo nos arranca la voz, nos revictimiza con cada denuncia, donde “3,000 niñas o adolescentes se encuentran desaparecidas y, 4 de cada 10, víctimas de abuso sexual en México son menores de 18 años, la mayoría son niñas”[1], según Save The Children quien apenas el pasado 6 de marzo de este 2020 ha lanzado un contador de feminicidios de menores de edad, inmersos en una oleada roja por todas las que ya no están.

 

Donde casos como el de Fátima, víctima de feminicidio, desollada por su pareja fue utilizada como portada de diarios nacionales, sin escrúpulos, mostrando su piel, sin ética, sin humanidad. Nosotras las sin cara usadas como marketing de diarios amarillistas, inmersos en una ola roja por todas las que ya no están.

 

Sobrevivir agresiones sexuales, sin encontrar espacios seguros de convivencia, donde las instituciones educativas de todo el país cuentan con casos de violencia de género hacia su comunidad femenina por parte de académicos, estudiantes y administrativos, como sucede en La Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM (que se encuentra en el ranking como una de las más grandes y prestigiosas de América Latina) se registran “al menos 28 denuncias mensuales”[2] . Donde las estudiantes de preparatoria de dicha institución han tomado planteles para exigir el cese a docentes que cuenten con denuncias de agresión,  inmersos en una ola roja por todas las que ya no están.

 

 

En el año 2019 en México se registraron 51 mil 146 denuncias[3] de agresión sexual, cifras oficiales, las que no toman en cuenta las voces que prefirieron el silencio o la auto censura,  aquellas que por miedo, vergüenza  o cualquier otra razón no hacen pública su experiencia, somos un país de mujeres violentadas, inmersos en una ola roja por todas las que ya no están.

 

Con todas las cifras espeluznantes que tiene mi país, el pasado 8 de marzo nos vestimos de esa ola roja, recuperamos las historias y las pieles de las que ya no están. Mujeres de todas las edades gritaron al unísono “ni una menos”, con pañuelos verdes y morados recorrieron las calles; Ahí en el corazón del centro histórico de la Ciudad de México, estábamos todas juntas, encabezadas por los familiares de las víctimas, quienes llevaban la mirada cargada de la tristeza más grande; las madres jóvenes que llevaban a sus niños en brazos (por una crianza sin machos, -leí en una pancarta-); las que rompieron vidrios y pintaron paredes con la convicción de la rabia en su puño y las que gritaban “no violencia”; las abuelas que después de unos pasos recuperaban el aliento andando al lado de las más jóvenes; las que son feministas 365 días del año y rechazan el ser botín político de partidos de ultra derecha y las que comienzan a descubrir el feminismo; las estudiantes que apoyaron el paro académico, las estudiantes que no lo apoyaron; las que marchaban por primera vez, las que tienen ya desgastados los zapatos de tanto recorrer las calles en búsqueda de justicia, estábamos todas, todas moradas, todas verdes, todas rojas, por todas.

 

  1. ¡Ya basta!

Xolotl Orozco,  Ciudad de México

Artista cartonera y artesana.

 

«La marcha partió del Monumento a la Revolución a las 2 de la tarde, desde las 11 de la mañana mujeres de todas de todas las edades y condición social comenzaron a formar contingentes de vestimentas moradas. Algunos rostros mostraban dolor, desconcierto y rabia; ese dolor y esa rabia que suele dar la impotencia de ver cómo todos los días desaparecen y matan a nuestras hijas, a nuestras madres, a nuestras hermanas.

Estamos hartas, enojadas, agotadas de luchar contra un sistema que no entiende, que no quiere entender nuestro miedo, ese miedo que nos asfixia cuando nuestras hijas salen a la calle solas a su quehacer cotidiano, un miedo que paraliza cuando se retrasan en su regreso a casa.

¡Ya basta!

Ya basta de mirar cientos de avisos diarios de mujeres desaparecidas, violadas y asesinadas por sus parejas, padrastros , conocidos y parientes. ¡Ya basta de sentirnos acosadas y violentadas! Ya basta de sentirnos señaladas por protestar, por exigir nuestro derecho a vivir libres y seguras. Ya basta de sentirnos envueltas en la sangre de nuestras hermanas, ya basta de bolsas negras con cuerpos descuartizados.

 

  1. Entre todas, por todas

Meliza Hernández Mondragón, Bugalagrande, Valle de Cauca, Colombia.

Antropóloga egresada de la Universidad de Caldas (Colombia), quien se ha especializado en arqueología desde que era estudiante gracias a las practicas a las que tuvo acceso mediante algunas investigaciones desarrolladas en diferentes lugares de su país. Actualmente se encuentra coordinando un proyecto sobre la cordillera Central colombiana.

 

Las mujeres como seres políticamente activos, desde nuestras ocupaciones en el mundo y roles en la vida, exigimos cambios reales a partir de argumentos, no para obtener regalos y concesiones lastimeras, sino para alcanzar lo que tanto se desea pero nadie se atreve a conseguir, es decir, un entorno donde la individualidad sea respetada, donde el miedo pase al olvido porque no se siente más, donde la colectividad se una por un verdadero bien común a través del dialogo y el conocimiento, donde la diferencia sea entendida más que juzgada, donde podamos decidir sin ser expuestas como criminales. Porque aun hoy somos dignas cuando complacemos, cuando callamos, pero somos molestas cuando argumentamos, cuando hablamos.

Partimos de una posesión invaluable que no cualquiera tiene y que no cualquiera conoce, y es aquella que se lleva tallada en el cuerpo y en el alma, cicatrices que hacen llorar de dolor por alguna pérdida, que hacen reír de felicidad por algún logro, que hacen reflexionar de tristeza cuando son ajenas pero, principalmente, que enseñan lo que cuesta poder mirar al otro a los ojos sin sentir vergüenza, sin tener que cubrirse el rostro o disimular la complicidad de lo que simbolizan, de la belleza que históricamente nos ha sido negada por cumplir estándares y mantenernos a flote dentro de la norma vigente que parece cambiar con el tiempo. Pero que de fondo permanece impávida, inmutable, viendo cómo aun hoy la desnudez femenina es señalada como algo inmoral, el placer es territorio reservado para los varones y la palabra, al parecer, solo es usada por las rebeldes que no conocen de causas.

Sin importar qué libertades hayamos ganado en nuestros pequeños mundos cargados de tintes culturales, de diferencias y señalamientos, es evidente que se torna incómodo cuando se plantean sobre la mesa cuestionamientos como: dónde, cuándo y por qué se empezó a tomar conciencia de nuestro influjo, una conciencia que parecía estar dormitando bajo un frondoso árbol de flores grandes y coloridas, de aroma agradable que proveía belleza a la vez que abstracción. Con esto no quiero decir que nuestro despertar sea nuevo, sino que es creciente, hermoso, multitudinario e imparable, porque poco a poco hemos avanzado en nuestros propósitos como masa, una que está llena de conocimiento, de color, de empatía, de solidaridad, de coraje y, sobre todo, de mucha fuerza.

Nosotras hacemos parte de la provocación, no como los cuerpos aislados arbitrariamente de la razón que durante siglos han sido exhibidos para llamar la atención de quienes se complacen mirando sólo las partes y no un todo, en un mundo que desde siempre ha navegado en una doble moral consintiendo placeres ajenos. Sino como seres que observan con otros ojos, los de la óptica de la equidad, de seres inteligentes y luchadores que, en muchas ocasiones, han dejado sus sueños por el camino para que otros logren lo que se proponen o, por el contrario, han jugado sus vidas para obtener una sola bocanada de libertad y saber por un instante que lo lograron.

Que no se ponga en duda la capacidad de las mujeres para abordar inquietudes de todo tipo, académicas, profesionales, políticas, artísticas, espirituales, sexuales, y no por imposición sino por mero gusto, más en territorios arrastrados por la violencia y vilipendiados por el machismo que parece reproducirse en nuestras propias entrañas sin necesidad de haber parido como una madre digna que se enorgullece de sus cría. Países que matan a sus hijos justificando, una y otra vez, una guerra sinsentido. Estados que actúan como aquel árbol frondoso que parecieran tener como objetivo adormecernos nuevamente, envolviéndonos entre velos con escenas de todos en contra de todos, casos de violencia brutal e irracional que dibujan como cotidianos, necesarios y justos, cuando a la vez se pone en entredicho la capacidad de una mujer que, pese a decir NO, no puede decidir libremente sobre sí misma, sin poner en riesgo su integridad física y mental, sin ser juzgada, sin ser señalada y puesta en el banquillo como la peor de las asesinas, sin que nadie considere su posición, sin siquiera poder hablar.

Conocemos bien las diferencias que enriquecen de manera desbordada a los seres humanos porque los parimos. Pero, una vez más, por medio de nuestras pequeñas batallas personales, queda claro que lo desconocido de nosotras aterra y empuja a la sociedad de la que hacemos parte, a limitarnos a ser lo que en ocasiones ni hemos contemplado para vivir nuestras vidas. Nacimos hijas, hermanas, sobrinas, nietas, nos convertimos en esposas, madres, tías, abuelas, nos queremos decididas, críticas, amantes, diferentes, consecuentes, todas tan naturales, tan problemáticas, convulsas, tiernas, fuertes, luchadores, aguerridas, trabajadoras, independientes, todas a la vez que una sola, todas sin límites en cuanto querer ser, sin imposiciones.

Las mujeres resistimos despiertas, expectantes y replicantes frente a la dureza con que nos trata nuestro entorno, manteniendo la pasión que nos caracteriza. No solo al momento de amar sino a la hora de pelear por lo que debemos, por lo que queremos, por lo que es nuestro por derecho, por nuestro cuerpo. Mi libertad la comparto aquí, en cada palabra, en permitirme escribir para todas, en poder decir gracias por abrirme camino, por enseñarme que se construye con ideas, con sueños que van cuesta arriba, una contracorriente en donde poco a poco somos más, somos todas.

 

 

  1. El patriarcado se va a caer pero mientras tanto, ¿Quién lo sostiene?

Natalia Casola, Buenos Aires.

Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires e investigadora del CONICET. Es miembro del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) y se desempeña como docente en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

 

En tiempos del lenguaje incluso, en tiempos en los que feminismo revoluciona las casas, algunes insisten con que el discurso no cambia la realidad. Curiosa observación si consideramos que gracias al lenguaje nuestra especie se ha distinguido de las demás para pensarse a sí misma y construir relaciones sociales. Hace un tiempo para atrás las mujeres no teníamos las palabras, teníamos solo las violencias y los otros discursos, ¡esos sí que importaban! discursos que nos decían cómo, cuándo, dónde, hasta dónde podíamos ser. Desde hace un tiempo para adelante las mujeres hemos construido un diccionario entero donde referenciarnos, significar nuestras experiencias y traducirlas en organización. No debiera extrañar entonces que, junto con las palabras, la llamada “cuarta ola” devenga tsunami. El encuentro con la palabra ha sido revolucionario y nos permitió entender que la violencia sobre una es la violencia ejercida sobre todas y de todas las maneras posibles. Permitió pensarnos parte de una trama social, sostenida, defendida y moldeada por instituciones que intervienen sobre los cuerpos con fuerte sesgo de género. Muerte al Estado es muerte al poder institucional que sostiene y reproduce la desigualdad de clase, el racismo y la violencia patriarcal. Es muerte a los privilegios, esos que generan que en el “juego de la vida” no todes comencemos en el mismo casillero.

No me extraña que las proclamas anarquistas aparezcan resignificadas de la mano del movimiento de mujeres. La emancipación humana sigue siendo una tarea para construir. Cuestionar al Estado, desconfiar de él, de sus campañas políticamente correctas pero nada efectivas a la hora de garantizar la seguridad de las mujeres que denuncian a sus hostigadores o que han sido secuestradas por redes de trata, debería ser cuestión de autodefensa, cuestión de sentido común.

[1]              https://www.savethechildren.mx/enterate/noticias/save-the-children-lanza-contador-de-feminicidios-d

[2]              https://lasillarota.com/lacaderadeeva/violencia-sexual-en-la-unam-de-mil-denuncias-al-menos-59-son-por-violacion-unam-unam-marcha-unam-violencia/341728

[3]              https://www.infobae.com/america/mexico/2020/01/22/mas-de-51000-denuncias-por-delitos-sexuales-las-cifras-que-desataron-una-ola-de-protestas-en-mexico/