por Verónica Meo Laos

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“Esa piedra, ese adoquín, esa pared que cuidan no tiene sentido alguno si no se toma en cuenta la diversidad de procesos sociales, la historia”

Foto Abel Ramírez

El significado de patrimonio cultural ha ido cambiando, en parte, gracias a los instrumentos elaborados por la UNESCO. Sabemos que el patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que incluye tradiciones o expresiones vivas heredadas de los antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales,artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional.

Siguiendo a Ciro Caraballo Perichi, los últimos años se han caracterizado por la rápida transformación  de lo que significan los conceptos de conservación del patrimonio cultural, en especial lo que concierne al derecho que tienen las comunidades que conviven, preservan o producen estos bienes a interactuar con su herencia cultural en la búsqueda de propuestas que les permitan mejorar sus condiciones de vida. Los hechos de público conocimiento que ocurrieron en Ecuador y que tuvieron una difusión exigua en diversos medios, dan cuenta  de violencia y represión estatal cuyo  estremecedor desenlace fueron la indignación, el miedo y las muertes.

Daniel Rivera es  cronista y gestor cultural con una amplia trayectoria en patrimonio cultural funerario y el trabajo comunitario. Abel Ramírez es sociólogo cuyos trabajos de  investigación se vinculan a la antropología, la etnografía, las políticas públicas, los derechos humanos, el trabajo sexual, el género, las masculinidades y la muerte. Daniel Rivera y Abel Ramírez son ecuatorianos. Los dos tomaron la palabra y, en primera persona, escribieron una crónica de las jornadas en la que su pueblo, sus hombres, mujeres y niños salieron a la calle y pusieron el cuerpo para reclamar por lo que les pertenece: el derecho a una vida digna al amparo del Estado.

La crónica enviada en exclusiva para Habitat anticipa una polémica que involucra las tensiones entre patrimonio, bienes culturales, monumentos y participación ciudadana. De allí la pregunta: ¿De qué sirve proteger las piedras, monumentos y lugares de memoria si se olvidan a las personas, procesos sociales y disputas que están por detrás de su conformación?  ¿De qué hablamos cuando hablamos de patrimonio cultural? ¿Puede ser el racismo una herencia cultural? De estos temas y otros Daniel Rivera y Abel Ramírez hablan en primera persona y sus palabras resuenan con fuerza e interpelan a la opinión pública en tiempos políticamente correctos. En otras palabras, en tiempos donde hablar de cuestiones sociales incomoda y a las mentiras se las llama con el dudoso eufemismo de post verdad.

 

Crónica Abel Rámirez y Daniel Rivera.

Abel: Una vez que el Gobierno de Lenin Moreno decide quitar el subsidio a los combustibles, el pueblo ecuatoriano decidió alzar su voz como una forma de reclamo frente a esa medida. Las excusas del Primer Mandatario eran: la liberación de los subsidios implicaría en la movilización de recursos a los grupos poblaciones más necesitados, especialmente a los asentados en el campo; evitar que los más poderosos, las oligarquías y las clases altas se vean beneficiadas; romper con el hilo que conectaba subsidios y popularidad con el gobierno del ex-Presidente Rafael Correa Delgado. El país, a través de una serie de reclamos, sobre todo en redes sociales e ínfimas protestas de varios grupos sociales, se levantaba como una muestra del descontento. Para el jueves de 3 de octubre de 2019, distintos sectores sociales se auto-convocaron para una marcha que esperaba llegar -en Quito- hasta el Palacio Presidencial. Un grupo de no más de mil personas avanzaba por las calles del Centro Histórico. Había cantos, consignas, banderas, músicas y una variedad importante de grupos sociales: trabajadores, transportistas, estudiantes, amas de casa, docentes, por nombrar algunos. El grupo cruzó San Blas y se dirigía hacia Carondelet. Todos, apostados en la Calle Guayaquil -vía de mejor acceso hacia el núcleo de la ciudad- caminaban sin dejar de vitorear cosas como “Fuera Moreno, Fuera”, “El pueblo unido jamás será vencido”, “Fuera FMI”.

Foto Abel Ramírez

Se suponía que habría un cordón policial para resguardar el Palacio de Gobierno, sin embargo, los manifestantes no contábamos con la feroz represión por parte de la policía nacional. Llegamos hasta las calles Guayaquil y Manabí, a la afamada Plaza del Teatro. Nos encontramos cara a cara con un potente escuadrón policial que tenía por delante escudos y detrás una tanqueta y un gran número de gendarmes armados. No cesábamos de cantar. La protesta respondía al derecho legítimo de movilización. Lo hacíamos de forma pacífica, pero alzando la voz para que el descontento se oiga en todos los rincones de la urbe.

Pocos metros atrás, de la segunda o tercera fila de policías, uno de los uniformados levantó un arma y disparó el primer gas lacrimógeno. El primero de una lista interminable. El primero, sin tomar en cuenta la presencia de mujeres, niñas, niños y personas de la tercera edad. El primer disparo fue el último de la paz con la que caminábamos. Retrocedimos -como pudimos- al menos una cuadra. Tosíamos, escupíamos y lagrimeábamos porque estábamos atiborrados de gas. “Ceeeeeerdos”, “Ceeeeeerdos”, “Ceeeeeerdos” gritábamos desde lo más profundo de nuestras almas, con todo nuestro cuerpo. No entendíamos aún lo sucedido.

 

Estábamos encerrados en una calle que tenía pocas salidas: hacia atrás y hacia los lados. Pasaron no más de diez minutos y vimos venir la segunda ráfaga de gas. Esta, venía acompañada por un firme avance de los miembros de la Policía Nacional. Nos armamos de valor, banderas y piedras -porque más no teníamos- y respondimos como el alma nos dictaba. Nos sentimos desorganizados, golpeados y traicionados. Prendimos fuego en cada esquina para usar el humo como calmante del ardor de los gases. Antes esto, se prendió una tanqueta policial que contaba en inglés (los número del 1 al 10) y disparaba gas sin miedo, sin recelo, sin medida. Los primeros heridos aparecieron en una manifestación que se agudizaría y llegaría a tomar la vida de aproximadamente 10 personas.

Desde entonces, el panorama solo se volvía más oscuro, más complejo y más violento. Día a día se sumaban más personas, más grupos humanos, más colectivos. Y esto, como era de esperarse, no ocurría solo en la capital de Ecuador. Las distintas provincias aparecían paulatinamente.

Foto Abel Ramírez

 

Daniel: Hay que añadir que la información que se manejó desde los medios de comunicación masiva  por la eliminación del subsidio a la gasolina por parte del estado produjo un discurso dentro de la población que llevaron a pensar que los únicos protestantes eran los transportistas, así me sucedió por ejemplo, cuando salí a las calles el mismo jueves por la noche con un amigo a la Plaza de San Blas, “ingreso” al centro histórico del norte a sur. En esa noche pude ser testigo cercano de cómo se lanzaba gas lacrimógeno donde yo me encontraba, que estaba conformado por personas que estaban descansando o habían decidido manifestarse desde ese lugar. Tuve que usar la estatua de El Hermano Miguel (santo cátolico ecuatoriano) para evitar ser alcanzado por alguno de las bombas.El miedo, la desesperación pero también el coraje nos envolvieron cuando tuvimos que correr varias cuadras por las calles empedradas, esperando no caer y mirando atentos como la luz, el humo y el sonido de las bombas envolvía el ambiente.

Abel: Los días, en Quito, pese al extenuante sol, eran pocos. La nube de humo se perdía en lo más alto. La camino del diálogo del que siempre hablaba Moreno era, cuando mucho, una utopía. No existió jamás. No lo vimos. Reprimir era la consigna. Pocos días más tarde el Movimiento Indígena decidió sumarse a la lucha. Entonces, el Presidente decidió cambiar de sede el Gobierno. Lo llevó a Guayaquil. Pero ya era tarde, la ciudad costanera, pese a la supremacía oligarca, se había movilizado. Los medios de comunicación pactaron tácitamente con el Gobierno y, literalmente, desaparecieron de la escena. Prender los televisores era olvidar lo que en las calles se fraguaba. Era no mirar las persecuciones en motocicletas, en caballos, las tanquetas, los disparos de gas, los perdigones, las granadas, las violaciones de derechos humanos, las desapariciones y las muertes.

 

 

Daniel: Como bien menciona Abel la llegada de las diferentes nacionalidades indígenas del país hacia Quito significó para muchos rememorar la niñez y adolescencia de los años noventa. Cabe aclarar, que el respeto y la concepción del estado desde lo plurinacional ha sido usado una infinidad de veces con fines políticos, sin comprender la profundidad de asumirnos como un nosotros. El racismo, ese “patrimonio” incómodo que cada tanto vuelve, tomó forma en los discursos de los líderes de la ciudad portuaria: Cynthia Viteri (alcaldesa actual) y Jaime Nebot (ex alcalde) expresaron “mejor que se queden en el páramo” frase que empezó a circular en redes sociales, en muchos casos con aprobación, pero también con publicaciones y memes reformulándola como un atributo positivo o en sentido irónico.

 

Adicionalmente, vimos, con algo de indignación, como un grupo grande de personas se quejaba del «daño» que se le hacía a Quito, de las afectaciones a la «piedra patrimonial», al monumento, a la tan bien cuidada arquitectura de la ciudad. Desde las calles, nuestra postura era clara: los monumentos (iglesias, calles, conventos, hospitales, museos, etc.) no aparecieron de la nada. Su construcción respondió a procesos significativos en la historia de la urbe y del país. Esa arquitectura que hoy se cuida está manchada de sangre: de indígenas, de mujeres, de movimientos sociales y demás grupos que lucharon incansablemente para que tengamos acceso a esa serie de privilegios que actualmente ostentamos.

Foto Abel Ramírez

Esa piedra, ese adoquín, esa pared que cuidan no tiene sentido alguno si no se toma en cuenta la diversidad de procesos sociales, la historia, en última instancia, que llevó a que hoy la protejan. Sí, indudablemente, la arquitectura de Quito nos cuenta cosas, pero son cosas de la gente que fue maltratada, discriminada, violentada y asesinada.Mañana – señalamos en el sentido metafórico de la palabra- cuando esto acabe podrán reunir todas las piedras que salieron de su lugar y volver a armar su monumento. Pero los muertos no van a volver y a nosotros nadie nos va a quitar la miseria, la angustia, el llanto y la desolación que causa ver los brutales ataques de este «pacífico gobierno» hacia un pueblo desarmado. Mañana, esa iglesia, esa calle, ese adoquín y ese fachada arquitectónica estarán de nuevo como les gusta verlas: bonitas, limpias, intocables y pulcras. Mañana, insistimos,  podrán seguir diciendo que tienen la ciudad más acogedora del mundo. Mañana, cuando nos hayamos retirado de las calles, podrán rearmar ese rompecabezas moralista que es la ciudad y la dejarán como más les guste. Mañana, cuando «el sol salga» para los más pobres, esa piedra y toda la arquitectura de esta ciudad pacata -dijimos- estará cargada de historia, de coraje, de mujeres con valentía, de niños asustados, de gritos de angustia, de narraciones de hambre y frío. Mañana, esas empresas turísticas que aman, podrán agregar a sus guiones las muertes y la incansable protesta de los zánganos del país.

Pero eso, amigas y amigos patrimonialistas -repetimos una y otra vez- será mañana.

 

Durante las luchas, esas piedras son barricadas, son defensa, son política, son una economía que nos aplasta, son toda la queja de un pueblo unido contra un sistema oligarca, machista, violento, cobarde y asesino. Hoy, nos encargamos entre todos y todas de resignificar esos monumentos y esas piedras para que mañana salgan a caminar en paz y tengan algo -aunque no hayan salido a las calles- que contar a sus amigos, a sus hijos y a sus conocidos.Mañana, porque hoy las calles son nuestras.Desde entonces, el patrimonio de la ciudad, ese que la entidad municipal cuidaba, tomaba un sentido distinto. Tenía en cada piedra un sueño de igualdad y de justicia, una motivación por un mundo mejor y alejado de esas brechas que colocan a las clases más populares en el abismo, en la pobreza y en el desamparo.

 

Foto Adrian Chuquiguanga