Por Julián D’Angelo

Coordinador Ejecutivo

Centro de Responsabilidad Social Empresaria y Capital Social (UBA)


En el pasado fin de año las empresas comenzaron a dar forma a sus Informes o Reportes de Sustentabilidad.

Estos reportes de información cuantitativa (indicadores) y cualitativa sobre aspectos no financieros, han evolucionado fuertemente en las empresas en los últimos treinta años, tanto en la cantidad de empresas que informan, como en la calidad y contenido de los mismos. Hace veinte años solo unas 50 empresas de las más grandes del mundo reportaban en esta materia y hoy en día casi el 95% de ellas lo hacen. Por ejemplo, la iniciativa de Pacto Global de Naciones Unidas reúne en su web más de 50.000 reportes públicos de sus adherentes en todo el mundo. Y la Argentina es el tercer país de Latinoamérica entre los que más reportan.

El hecho de que se considere que, en promedio, el 80% del valor de mercado de las empresas está actualmente dado por factores no financieros, como el capital intelectual, el factor humano y otros activos intangibles, hace que estos Reportes sociales y ambientales resulten cada vez más necesarios y trascendentes.

Para las empresas, reportar no es solo un compromiso ético, coherente con el principio de transparencia en los negocios, sino que también es una herramienta útil para sistematizar y medir sus acciones, detectar oportunidades de mejora y entablar un diálogo franco con todas sus partes interesadas.

Pero muchas veces estas finalidades pueden verse tergiversadas por algunas de las dos tensiones que dominan usualmente el proceso de confección del reporte, y que pueden empujarlo a caer en una de dos trampas. Estas dos tensiones contrapuestas son: la tendencia hacia el marketing y la de la burocracia del reporte.

En el primer caso, el reporte termina transformándose en una acción publicitaria más de la compañía: un brochure repleto de fotos, de slogans, de acciones de caridad y de buenas intenciones, pero que difícilmente cumpla con las finalidades de un Reporte de Sustentabilidad. Abundan las fotos pero escasean los indicadores. Cuando esto ocurre, tenemos casos como el del estudio panameño Mossak- Fonseca, protagonista de los “Panamá papers” que, mientras montaba operaciones sospechosas de evasión y lavado en 21 paraísos fiscales involucrando a más de 200 mil compañías, en su web difundía un amplio programa de RSE con acciones caritativas y campañas de apoyo y donaciones a más de 40 asociaciones y hasta auspicios de eventos contra el blanqueo de capitales. O como ha sido el caso de la empresa Obedrecht, responsable de numerosos escándalos de corrupción con implicancia en gran parte de los países de Latinoamérica y que tiene a su dueño encarcelado en Brasil, pero que, desde 2009, reportó anualmente en Argentina enfatizando en la ética, la transparencia y la anticorrupción, como sus valores fundamentales.

La segunda tensión, la de la burocratización, está vinculada al hecho de que las empresas tienen una carga administrativa cada vez mayor debido a la variedad de reportes que deben elaborar (financiero, ambiental, social), lo que las lleva a invertir cada vez más recursos en la sistematización de la información que satisfaga estos distintos requerimientos. Mientras mayor sea la carga de reportar, se corre el peligro de que esta tarea se convierta en un ejercicio de cumplimiento de normas, como un fin en sí mismo, más que como un instrumento de gestión de la responsabilidad social ante las partes interesadas, un medio, como debe ser.

Precisamente hoy en día, muchas veces la preparación de los Reportes ya está tercerizada o es solamente el esfuerzo de una unidad especializada, divorciada de la estrategia empresarial.

Así, se corren serios riesgos de que se constituya una “burocracia del Reporte” que elabora informes cada vez más largos y aburridos, donde la utilidad se vuelve nula y el reporte se constituye simplemente en un ejercicio de simulación.

Para evitar caer en alguna de estas dos trampas es necesario que los indicadores que se reporten pasen previamente por un buen proceso de materialidad, determinando claramente qué es lo pertinente e importante y conciliar los temas de mayor impacto para el negocio con los más relevantes para las partes interesadas. El resultado es un reporte que profundiza dentro de la cadena de valor lo más relevante, permitiendo a la empresa año a año el acortamiento de brechas de la gestión en aquellos temas prioritarios.

Necesitamos reportes con menos fotos y más medición de impacto.

Julián D’Angelo es Licenciado en Administración (UBA), Posgrado en Gestión Sociourbana (FLACSO) y Doctorando (UNTREF). Conferencista internacional en temas de Responsabilidad Social y Sustentabilidad, con foco en América Latina y el Caribe.

Es Investigador y docente de grado y Posgrado en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA).

Es Coordinador Ejecutivo del Centro Nacional de Responsabilidad Social Empresaria y Capital Social (Cenarsecs) de la UBA y Coordinador Técnico de la Red de Jóvenes Líderes de UNASUR por la Economía Social y la Integración Regional (UBA- Banco de Desarrollo de América Latina)